domingo, 14 de abril de 2013

Li Ch'oohix


Llevábamos varios días en la montaña, visitando de aldea en aldea. La comida empezaba a hacer su efecto en nosotros. "Li padr Rapel", como le llamaban los k'ekch'íes -porque en su alfabeto no existe la "f"- tenían fuertes dolores de estómago. La salida a la siguiente aldea se fue atrasando por esperar que "Rapel" mejorara. La espera
fue inútil y tuvimos que salir tarde y con él enfermo.

Los paisajes deslumbraban. Era la belleza de la selva casi virgen. El atardecer le hacía estar más fresca y este clima, unido a los tonos de luz del ocaso, le daban una magia especial. Estar con este pueblo era como recrear la historia de la salvación desde la Creación.


¿Cuánto habíamos caminado? ¿Cuánto faltaba por caminar? Ni sabía ni me importaba, era un Espíritu especial quién daba la ilusión para hacerlo. "Siempre que hay un por qué, se encuentra un cómo". La voluntad de sentido de Víctor Frankl vivida existencialmente. Pero había algo más sorprendente: jamás antes había tenido un por qué profundo en la vida. Habían deseos, muchos, pero que nunca se satisfacían totalmente sino que, como bien afirmaba el cojo de Pamplona -aquel iluminado de la discreción de espíritu de quien tanto nos habían hablado en nuestros años de colegio- al satisfacer esos deseos siempre quedaba insatisfecha la persona. Al leer el Florilegio de los Santos, cuenta aquel valiente guerrero, quedaba con una alegría serena, al imaginar aventuras de caballeros quedaba vacío. Fue él quien, gracias a aquel cañonazo en la pierna, enfrentó y desentrañó esa realidad. "Discreción de Espíritus" la llamó. Y ahora yo me enfrentaba exactamente a lo mismo. ¿Qué pasaba en mi espíritu? Todo parecía confluir para que me una paz profunda se adueñara de mi ser y lo planificara.

Todo esto parecía actualizar y aclarar el relato del encuentro de nazareno con la samaritana: quien bebe de la otra agua siempre tendrá más sed, quien beba de esta quedará saciado. ¿Qué agua era aquella que me estaba saciando? ¿Quién me la daba? ¿Acaso el Espíritu de la selva, de la naturaleza? ¿O era más bien aquel Espíritu que percibió el pobre de Asís y que le animó a afirmar que todo era su hermano, el sol, la luna, la luz…? "El danzante no puede separarse de la danza" afirmaba el gran espiritual y psicólogo hindú, otro más de la multitud de seguidores del cojo de Pamplona.. ¿Estaba yo percibiendo al Danzante tras aquella danza bellísima que me reconfortaba, que me rodeaba, que me absorbía…?

Mientras más me internaba entre aquellas personas y su entorno, más se acrecentaba aquel sentimiento. Era distinto, contradictorio a todo lo que anteriormente había vivido: mientras más se satisfacía el deseo, más se acrecentaba el deseo de… dejar, no de tener, sino de dejar más para vivir con ellos, para ellos, entre ellos, por ellos... por aquellos pobre entre los pobres, los más marginados, los ninguneados, diría Eduardo Galeano.

Algo me despertó de aquellas meditaciones. Llegamos a un río en el que , para cruzarlo, sólo había un tronco a manera de puente. "Rapel" y los guías los pasaron con facilidad. Yo, niñito de la ciudad, no pude y caí al río. No era muy profundo, pero sí lo suficiente como para superar el borde las botas de hule y hacerme llegar mojado hasta la aldea. Las risas eran generalizadas, no eran burla, simplemente revelaban la inocencia de los testigos que habían presenciado un acontecimiento realmente gracioso. Las mías eran de la más profunda alegría, de sentirme realizado.
La noche empezó a caer y caminábamos ya no en la selva, sino en bosque tan tupido que escuchamos el inicio de una lluvia. Seguimos avanzando pero jamás nos mojamos, el follaje no lo permitía. El canto de los pájaros que buscaban lugar para dormir era encantador, y el canto de los grillos y la chicharras nos rodeaba. Era la sinfonía de la selva solo interrumpida por el chapoteo de mi bota mojada y que sonaba a cada paso que daba.

Súbitamente se escuchó un ruido en lo profundo del bosque. El guía, sorprendido, inmediatamente exclamó:
- ¡Li ch'oohix!. (El tigrillo)
"Rapel" le cuestionó para confirmar:
- ¿Maré cuan jun sakb'aalam? (¿Tal vez hay un tigrillo?)
- ¡Ejé! (¡Sí!)
Luego nos hizo una seña de silencio y nos quedamos en el más profundo silencio, envueltos solo por los ruidos naturales de la selva y aquel rugido prolongado, mientras nuestro guía trataba de distinguir cuál podía ser su origen.
De pronto el guía abrió los ojos desorbitadamente y nos susurró:
- ¡Noooo, es peor! ¡Es un avión de "los ejércitos"!
Volvió a indicar que nos calláramos y agregó que no nos moviéramos, que nos confundiéramos con el follaje.
Obedecimos y finalmente vimos pasar el avión de la Fuerza Aérea Guatemalteca (FAG) sobre nosotros sin que nos divisara. 

Seguimos caminado y aquel guía empezó a explicarnos el por qué le temían tanto a "los ejércitos". Yo iba en un silencio sepulcral, meditando sobre el suceso y escuchando sobre masacres de ancianos, hombres y niños, violaciones masivas a niñas y mujeres, quemas de sus cultivos, y muchas barbaridades más. ¿Era posible tanta maldad en aquel paraíso? Parecía que se estuviera actualizando el relato del génesis, la soberbia destrozando la inocencia paradisíaca. El sentimiento iba cambiando, ya no era la paz anterior, era un fuego que brotaba de lo más profundo del ser… pero el resultado era el mismo: deseos profundos de dejar todo para estar con ellos, para defenderles… o para compartir su suerte.

Luego de un tiempo se empezó a distinguir el sonido de la marimba que entonaba cantos religiosos. Aquella música reconfortaba el espíritu y daban ganas de llegar a la ermita en la que estaban reunidos. El camino era largo y la oscuridad parecía hacerlo más largo aún. A veces el sonido de la música se hacía más fuerte, a veces se debilitaba, según fuéramos caminando en la montaña.

- Lo peor -nos decía el guía- es que nos matan unos indios como nosotros, que hablan como nosotros, son de San Juan Chamelco.

Se referían al presidente de turno y su hermano. La represión antiguerrillera era brutal e indiscriminada. Desde la seguridad de la Capital jamás me la había imaginado así. El ejército de Guatemala era uno de los más efectivos del mundo, no solo en la brutalidad de sus acciones sino en la efectividad de sus propaganda: había logrado hacer que esto no se supiera en la capital macrocefálica de nuestro pequeño país. Para el capitalino todo lo que se filtraba en algunos medios, sobre todo internacionales, no era más que producto de la "publicidad comunista". Así lo había creído yo también, pero ahora me preguntaba: ¿Qué era, entonces, aquello que yo estaba descubriendo y empezando a vivir? ¿Era publicidad comunista? Las violaciones en masa, las masacres y torturas, el hambre, ¿eran publicidad comunista? Algo estaba cambiando radicalmente mi ser, mi yo más profundo. Me estaba convirtiendo, poco a poco, en testigo.

Después de mucho caminar el sonido de la marimba y los cantos se hicieron cada vez más fuertes, hasta que llegamos a la aldea. Ha sido uno de los caminos más bellos mi vida. Parecía que fueran religiosos por naturaleza. Por respeto a ellos iniciamos la celebración de la Eucaristía inmediatamente, ya era tarde y ellos tenían mucho tiempo de estar allí. A la hora de la Comunión muy pocos se acercaron a hacerlo. los dos tuvimos que consumir el resto de Hostias Consagradas y, en las abluciones, bebernos casi toda el agua de mi cantimplora para que "nos bajaran" las hostias consumidas. El Delegado de la Palabra explicó que no habían comulgado porque no habían habido confesiones previas. "Rapel" explicó por qué lo había hecho así, por respeto a ellos. El Delegado agradeció y dijo comprender, pero todos se iban a esperar las confesiones de la Eucaristía del día siguiente, en otra aldea que visitaríamos. Irían con nosotros para confesarse y comulgar. Eso me conmovió hasta los más hondo y "Rapel" dijo que no, que en la "mañana siguiente"., antes de ir a la otra aldea, iba a confesar y a dar la comunión para que no tuvieran que moverse tanto.

¿Qué era para ellos ese ser Supremo? ¿El que da bienestar? ¿El que da comodidad? No, definitivamente no, ni siquiera era más que eso, era, simplemente… algo distinto producto de eun encuentro profundo entre ellos y Él. Yo, a cada momento, descubría un mundo nuevo, un mundo que no era el que había vivido, no era el turístico que nos presentaba la publicidad y que estaba acostumbrado a ver con mi familia en nuestros constantes viajes de descanso de fin de semana a los mejores hoteles del interior de la República. No, no era así. No era el mundo del indígena limpio, tejiendo en telares con bellos paisajes muy bien cuidados como fondo. Éste era el mundo del indígena pobre, muy mal alimentado, sucio, roto, perseguido… y con una fe inquebrantable en Alguien que les acompañaba en la montaña y en las selvas, en alguien que no estaba cómodamente guardado en los templos y ermitas. Alguien que había sufrido como ellos y que continuaba sufriendo con ellos y en ellos, era alguien que marchaba con su pueblo en el camino de la búsqueda de una realidad distinta, de una realidad que les había sido arrebatada unos 5 siglos antes.
Todavía tuve ánimos ce contemplar las estrellas en la noche y meditaba. Durmieron a nuestro alrededor, esperando la luz para las confesiones y la luz que les daba la confesión. Para mucho de ellos podía ser la última. Pensaba ¿cómo hará "Rapel para consagrar más Hostias? ¿Celebrará otra Misa? Y me respondía: Señor si ellos marchan contigo y Tú con ellos, ellos son tu ofrenda, ellos van a ser molidos como el trigo para hacer el pan que se transforma en tu Cuerpo, ellos son tu Cuerpo, ellos están dando y continuarán dando su sangre como diste la tuya. Ellos son tu Sacramento más grande, no hay que consagrar pan y vino, basta mirarlos porque, desde su bautismo, están consagrados a tí. Ellos son Tú mismo, vamos a consagrar un pan y un vino que se fundirán plenamente con ellos, será una comunión total, la más plena que yo haya presenciado.

No era el sakb'aalam de los primeros cristianos el que los iba a triturar, era un tigre mucho peor, más sanguinario, más cruel, más inhumano el que los estaba triturando. Sin embargo ese tigre, a su vez, no era más que una mascota de aquellos que, desde hace 5 siglos, les habían robado sus tierras, pero que se golpeaban el pecho en los templos de la Capital creyéndose muy buenos sin caer en la cuenta de que estaban cometiendo el sacrilegio más grande y absurdo: querer continuar asesinando al Resucitado

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